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Crónica de un viaje a Batopilas, uno de los paraísos más pobres de México


Chihuahua. Llegué a las 7:30 AM al Aeropuerto General Roberto Fierro Villalobos (en la Ciudad de Chihuahua) para abordar la avioneta que me llevó hasta Batopilas, el municipio que según el INEGI es el segundo más pobre del país y el mismo que aparece como uno de los pueblos menos desarrollados y con mayor marginación, incluso por encima de varios países Africanos, resultado obtenido por medio del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (Pnud).

Ante un escenario en donde los cerros lucen con la tierra seca y unos cuantos arbustos que apenas colorean el paisaje con su verde pálido, sobrevolamos toda la Sierra Tarahumara, casi hasta llegar a los límites de Chihuahua con Sinaloa.

Sólo bastó un viaje de una hora y media para llegar a mi destino (de no haber viajado en avioneta, por tierra hubiera hecho más de 9 horas), aterrizamos por primera vez en la pista que se encuentra hasta el fondo del barranco, muy cerca del río Batopilas y a unos 5 minutos del poblado.

Pero no es ahí a donde me dirigí, sino a otras comunidades de ese municipio en donde hay más pobreza, hambre, incertidumbre, la tierra que nadie visita por miedo a ser víctima de la inseguridad y además por el difícil camino de terracería por el que se necesita transitar para llegar a los poblados como: Santa Rita, Cerro Colorado, Monerachi, Quimoba, Samachique, Quirare, La Bufa, San José de Valenzuela, Santa María, Carbonera, El Ojito, Los Frailes, Satevó, El Potrero, Los Algodones, La Mesa de la Hierva Buena, Coyachique, Guacaybo, El Pandito, Jesús María (en Polanco), etc., lugares en donde ningún gobernante (incluido el Presidente Municipal, candidato (a algún puesto de elección popular) han visitado para conocer de cerca las condiciones de pobreza en la que viven.

Los niños que radican en Santa Rita, recorren 2 horas de camino para ir a la escuela, aunque sea para cursar la primaria y después ayudar a su papás a arar la tierra y sembrar maíz y fríjol, historia de los "towis" (niños en rarámuri) de las demás comunidades indígenas que existen en Batopilas, que en su dialecto significa: "Río Encajonado".

La flora que colorea el escenario es merecedora de admiración por sus grandes cactáceos, la pitaya, mango, papaya, naranja, mandarina, aguacate, plátano, limón, guayaba, guayacán o palo brasil, buganvilia, geranio, rosales, lirios, crisantemo, etc., su fauna más representativa esta conformada por el venado, jabalí, puma, codorniz, así como las rocas gigantes y las montañas que resguardan el calor para que impere el clima semi – tropical, sin embargo la abundancia de su naturaleza contrasta con la marginación de los pobladores, mismos que habitan en pequeñas casas hechas con adobe o en una simple cueva.

Los aborígenes del lugar, en este caso los varones, orgullosamente visten con taparrabo y una colorida camiseta hecha por sus esposas; a su vez, las mujeres indígenas se cubren con largas faldas y blusas de colores fosforescentes, como el amarillo, rosa, naranja y verde, que las hacen distinguirse de otras etnias Tarahumaras, sobre todo porque no utilizan estampados con flores como suelen usarlas las rarámuris de otros municipios de la entidad.

Indudablemente abunda la pobreza, la miseria y el hambre, pero llamó más mi atención que a pesar de vivir con tantas carencias, son hospitalarios y nobles con los chabochis ( mestizos) y solidarios con sus vecinos.

Son hombres, mujeres y niños rarámuris que sobreviven en el corazón de la Sierra Tarahumara, a donde los aventó hace siglos el conquistador y, por extensión el mestizo de quien siguen huyendo, pues despavoridos corren aunque se les grite que son médicos o maestros quienes esporádicamente los buscan. 

En la profundidad de las barrancas o en la cima agreste de las montañas, arañan con rudimentarios instrumentos las peñas casi desnudas para arrancarles algo de maíz y es por eso, por la necesidad que aceptan la ayuda del "blanco", porque eso sí, son altivos y orgullosos de lo que representan en esa tierra, que hace unos siglos les perteneció.

Los rarámuris, no cuentan con servicios como el drenaje o electricidad, algunos ni siquiera habitan una construcción firme, sus refugios es una cueva abierta ubicada en la montaña donde se encuentran todas sus pertenencias: dos cobijas y un metate, pero sólo los abuelos, los niños y las mujeres solteras gozan de la protección de la hendidura rocosa. Los demás pernoctan bajo chozas improvisadas, con adobe, ramas y tierra o al cielo descubierto. Pero en este municipio la pobreza alcanza por igual a indígenas y mestizos.

Por: La redacción

- Por: Juego_político - Artículo: Crónica de un viaje a Batopilas, uno de los paraísos más pobres de México
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