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Tráfico humano en Libia, negocio millonario para milicias y corruptos



Este es un negocio millonario que alimenta y enriquece a organizaciones mafiosas a menudo dirigidas por milicias. Es la otra cara de la migración en Libia, lo que se esconde detrás de la tragedia humanitaria de miles de personas que huyen de la pobreza y las guerras.

Desde el fin de la tiranía de Muamar el-Gadafi, el tráfico de migrantes hacia las costas europeas se ha convertido en una de las bases más importantes de la devastada economía de este país del norte de África. Las autoridades locales, cuando no están involucradas ellas mismas, miran hacia otro lado.

“Pasé por Agadez (Níger), y ahí tomé un jeep por 155 francos CFA (unos 593 pesos mexicanos). Crucé el Sáhara para llegar a Sebha, en Libia. Ahí pagué 300 dinares (unos tres 700 pesos) para llegar aquí, a Trípoli”, comenta Adam, un joven migrante de Níger que llegó a Trípoli hace casi un año.

Agrega: “Soy peón pero en Níger no tenía trabajo y por eso me vine a Libia. Desde aquí cruzaré el mar y, si Dios quiere, iré a Europa. Sé perfectamente que ahí todo es diferente, que se está bien. Lo sé porque lo he visto en televisión y porque hay gente que me lo ha contado”.

Adam vive junto a cientos de jóvenes migrantes, en su mayoría nigerinos, en un almacén en las afueras de Trípoli. En comparación con sus compatriotas, Adam es una excepción.

En el diverso y complejo mundo de los migrantes de África Occidental, los nigerinos son conocidos por no tener el “coraje” de subirse a un barco y desafiar el mar para conquistar el sueño europeo.

Adam lo intentó una vez y la experiencia resultó ser una verdadera tragedia. Sin embargo, no pierde la esperanza y asegura que cada vez está más decidido a surcar el Mediterráneo.

“Me he encontrado con gente muy mala. Los barcos salen de la playa de Garabulli. Pagué dos mil 200 dinares (unos 27 mil 600 pesos). Después de la oración del alba te llaman para hacerte subir al barco. Cuando me tocó a mí, después de ver que había demasiadas personas a bordo y que el mar estaba muy agitado, me negué a subir”, recuerda.

“Pedí que me devolvieran el dinero pero no lo hicieron. Me dijeron que si no me hubiera ido me habrían matado. Incluso me cogieron el pasaporte y lo destrozaron. Luego me enteré de que el barco se hundió y de que todas esas personas están desaparecidas. Entre ellos había un amigo mío de Ghana. Dios tomó su alma”, afirma.

Garabulli es un pequeño pueblo a unos 60 kilómetros al este de Trípoli. De sus costas parten muchos migrantes. El tráfico lo dirigen las milicias, las mismas milicias que deberían constituir las fuerzas de seguridad libias.

Mohamad es el nombre falso que ha elegido un habitante de Garabulli que accede a mantener una breve entrevista con Notimex en una de las playas de donde zarpan los barcos.

“A los inmigrantes los tienen escondidos en almacenes en el bosque, a casi cinco kilómetros de la costa. Pueden permanecer varios días ahí esperando a que los llamen. Durante la espera los hacen casi morir de hambre, como mucho les dan yogur o poco más. Los hacen salir a escondidas, casi siempre de noche, y los llevan a esta playa. Aquí los cargan en los barcos”, dice Mohamad.

Y continúa: “Los barcos llegan a transportar hasta 500 ó 600 personas. Las barcas inflables, en cambio, unas 70 u 80. Normalmente son las embarcaciones más grandes las que rescatan primero. Los inflables no siempre llegan a su destino”.

Ali es el nombre falso de un joven miliciano que jura que nunca ha participado en el tráfico ilícito de migrantes, pero que sabe cómo funciona porque lo ha visto muchas veces.

Se deja entrevistar durante unos minutos a bordo de su automóvil mientras da vueltas por las calles donde viven los migrantes o donde esperan con la esperanza de ser llamados para un día de trabajo en la construcción.

“Pagan unos dos mil dólares (unos 34 mil pesos) cada uno. Pon que los migrantes son 500... Es muchísimo dinero. Y pueden ser incluso más, dependiendo del tamaño del barco”, cuenta el miliciano, que no se anda con rodeos.

Ali comienza a describir una de las nuevas técnicas utilizadas por los traficantes: “Antes de salir, hacia las tres de la mañana, cuando todavía está oscuro, eligen a un migrante que han visto más vivaracho que los demás”.

Relata: “En cuestión de minutos le enseñan cómo se conduce el barco y le hacen dar una vuelta de prueba. Le dicen: ´Aquí está el GPS, el motor se enciende así, esto se hace de esta manera´. Primero eran los traficantes los que conducían los barcos, escoltados por pequeñas y rápidas lanchas”.

“Una vez en aguas italianas, abandonaban el barco con los inmigrantes y subían a la lancha para regresar a Libia. Ahora confían la conducción a un migrante, a cambio de no cobrarle el pasaje, y ya no arriesgan nada”, refiere.

Isshao, un trabajador de Níger, llegó a Libia hace seis años. Vivió los últimos momentos de la Libia de Gadafi, la Libia revolucionaria y la Libia de la guerra civil. Gana muy poco en la construcción, unos 50 pesos al día, y a final de mes envía todos sus ahorros a su mujer, que está en Níger.

“Decidí venir a Libia porque no había trabajo en Níger. Yo también empecé quedándome en la carretera, como muchos chicos que vienen de África Occidental. Antes vivir en Trípoli no estaba mal, era fácil encontrar trabajo y pagaban bien”, manifiesta.

“Ahora todos están sin trabajo, sentados en el suelo, por la calle. Esperan y esperan, pero el trabajo nunca llega”, dice Isshao durante la hora de almuerzo en la obra en la que ocupa un puesto.

“La gente no puede más. La guerra lo ha bloqueado todo, ya no hay dinero. A veces pasa que te hacen trabajar pero al final de la jornada te dicen: ´Vete, no te pago porque no puedo´. Muchos inmigrantes que conozco se están guardando los ahorros para poder volver a casa: nunca tendrán el dinero necesario para ir a Europa, así que más vale volver a casa, con los seres queridos”, continúa.

Y concluye: “Hoy la vida en Libia es dura. No le desearía nunca a un hermano que viniese aquí, porque he visto cómo es. Los que se quedaron en casa piensan que ganamos quién sabe cuánto y que no queremos compartirlo. Pero es absolutamente falso. Si la policía te arresta no te manda directamente a tu país, sino que te retiene en la cárcel durante un tiempo”.

“Después buscan el número de teléfono de alguno de tus hermanos y le piden dinero. Pueden llegar a pedir incluso mil dinares (12 mil 500 pesos), depende. Tienes que darles lo que piden. Si no pagas te quedas encerrado ahí. Yo también estoy en esta situación: el hijo de mi hermana mayor está encerrado desde el mes de Ramadán y ni siquiera sé dónde está. Sé que no está muerto, está vivo. Son ellos los que lo han encerrado, los policías”, puntualiza.

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