Emma Taping y la Navidad: Luis Villegas
A Emma Taping, una joven madre inglesa, la han hecho pedazos por una foto que subió a Instagram -o como sea que se llame el chisme ése- (yo la verdad no entiendo qué es, ni cómo funciona, ni para qué sirve). Lo cierto es que la buena señora subió una fotografía de su arbolito de Navidad (ésta que ven) el cual, más que arbolito, parece anuncio publicitario de tienda departamental, tan colmado está de regalos: Cientos de paquetes apilados formando una pirámide monumental.
La inocente fotografía en cuestión de horas se volvió viral y como suele ocurrir casi de inmediato se formaron dos grupos: Uno de detractores y otro de partidarios. Los primeros, aducen -y con mucha razón-, que se ha perdido el “espíritu de la Navidad”; que el consumismo lo llena todo, que la economía capitalista es un asco y que Emma va arder en los infiernos por los siglos de los siglos (ella tan orgullosa de su opulencia extrema con tantos niños muriéndose de hambre en el mundo). Por otro lado, los defensores dicen que “qué bueno” que Emma se pueda dar esos gustos; que si ellos pudieran harían exactamente lo mismo e inundarían de obsequios a sus hijos, nietos y seres queridos. En tanto, preocupada por la virulencia de algunas reacciones, Emma tuvo que empezar a hacer aclaraciones y, entre otras cosas, señaló que sentía temor por las amenazas de que es víctima y que, por lo demás, su familia recibe pocos o ningún obsequio durante el año, así que ésta le pareció una ocasión propicia; además, sólo la quinta parte de los regalos son para su esposo e hijos; el resto es para la familia ampliada: Abuelos, tíos, sobrinos, etc.
Yo ya me estoy cayendo gordo por esas posiciones eclécticas que asumo cada vez con mayor frecuencia. Antes me caía mejor. Cualquier asunto era de “todo o nada”, de “matar o morir”; con singular desparpajo me lanzaba a la yugular del primer incauto o incauta que osara voltear a mirarme feo (o que osara mirarme feamente, mejor dicho, porque feíto sí estoy). Será cosa de la edad, me digo, empieza el temperamento a aquietarse; a asosegase el alma; a descomponerse las ganas; el caso es que comienza uno a ver las cosas de otro modo. En la inmensa mayoría de los casos es muy difícil, si no imposible, verlo todo en blanco y negro, siempre existe un matiz. Sé, por supuesto, que existen un montón de cosas reprobables en el Mundo, intrínsecamente negativas u odiosas, así que la condena lapidaria podría asomar a la punta de nuestra lengua en cuestión de instantes; empero, el cuestionamiento no puede intentarse, solamente, a partir del análisis del fenómeno externo; es preciso e igualmente indispensable, hacer lo propio con nosotros mismos.
Emma Taping constituye un buen ejemplo de esto que escribo; por supuesto que decenas de miles de detractores pueden despreciar el consumismo exacerbado de nuestros días; con justa razón se preguntan a dónde han ido a parar los buenos deseos, la necesaria reflexión, el recogimiento y, sobre todo, la comunión con nuestras creencia religiosas más dulces que giran en torno al nacimiento del niño Jesús; e inspirados de santa cólera pueden despreciar todo aquello que corrompe el verdadero espíritu de la Navidad (empezando por el asqueroso mono panzón con barbas, vestido de rojo), pero ¿cuántos de ellos viven a cabalidad ese espíritu navideño? ¿Todos y sin excepción pasan estos días en el templo orando? Por poner un caso; ¿o hacen durante este mes un balance de vida respecto de sus buenas y malas acciones durante el año que está a punto de concluir, con propósitos de enmienda? ¿Ninguno de ellos se brinda a sí mismo -o da a otros- obsequios extravagantes? ¿Celulares de más de diez, quince o veinte mil pesos (que en realidad nadie necesita)? ¿Juguetes y aparatos electrónicos de cientos/miles de pesos (o dólares o libras o euros)? ¿Zapatos “de marca”? ¿Ropa de diseñador? ¿Todos ellos son personas de hábitos austeros volcados hacia el exterior que esta Navidad están regando el Planeta con su generosidad? ¿Todos son samaritanos de primera línea que se quitan el pan de la boca para dárselo a los niños etíopes durante el resto del año y particularmente en estas fechas? Por otro lado: ¿Y si Emma trabaja como loca todo el año y todo el año ahorra para darle este gustazo a los suyos?
Por eso es tan difícil opinar. Porque no basta que la conducta ajena nos parezca deleznable o no; para abrir la boca es preciso revisar, previamente, el propio proceder y luego ya empezamos a platicar. Bien por Emma que quiere y pude darse esos gustos; ojalá todos pudiéramos tenerlos tan cerca como uno quisiera y ser tan generosos con los seres que amamos; y ojalá, también, todos fuéramos capaces de dar de sí al resto de las personas que viven más allá del cerco de las paredes que habitamos, o del barrio, la ciudad o país. No es lo que damos a otros los que nos hace mezquinos o miserables, es lo que dejamos de dar a quienes lo necesitan pudiéndolo o debiéndolo hacer. El resto de nuestras vidas es en realidad una pérdida de tiempo.
Feliz Navidad y próspero Año Nuevo a mis casi 50 lectores, que Dios los llene de bendiciones y nos vemos en enero.
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